jueves, 28 de septiembre de 2017

La moneda



                                                                                                                         Sandra Marina Lucero



¡Apenas brota, sí, el nogal apenas eriza sus ramas en hojitas diminutas, no hay sombra suficiente debajo de él, pero me gusta tanto su cobijo, que hoy he pedido estar allí…Detrás los rosales, comienzan a enredarse en los árboles y los cipreses se mecen con ternura, ¡tan altos!¡ tan fuertes, tan imponentes ¡y a su vez se continúan balanceando como niños en columpios verdes…

Es un día ideal, no hace frio, la mañana no dibuja nubes en el cielo, de un celeste transparente y tenue, sí, si es el día ideal para permanecer allí, meciéndome en la hamaca como los cipreses.

Me cuesta leer, detesto estos lentes, seguramente el oculista no ha visto que a través de ellos no puede verse nada y el movimiento de mi cabeza al probármelos no le dijo mucho…pobre hombre que poco puede ver dentro de otros a pesar de ser oculista, hasta sonrío hacia mi interior pensándolo…ya tengo que reírme sola de mis ironías y mis chistes, porque hace unos años que no tengo modo de contarlos…

Un aroma a tostadas emana de la cocina, mi viejo aun no pierde su toque de tostadas perfectas, está preparando el mate, y seguramente me traerá uno con una tostada en la mano, mientras mastica otra como un niño, apurado…cuantos años haciendo lo mismo…no hubiera apostado a esto si me lo hubiesen preguntado hace veinte años atrás.

Pero allí esta, caminando más lento, hurgando tornillos en su caja de herramientas, limpiando piezas de un viejo motor, hilando días y cuidándome. muchas veces con amor, otras con resignación, algunos días no quiero irme, porque lo dejaría tan solo y otros me encantaría liberarlo, pero somos egoístas y tan viejos ya ; que solo nos servimos a nosotros mismos.

Retomo mi libro, a veces me gusta releerme, recordar cómo era cuando era otra, cuando me enojaba, cuando amaba con pasión, cuando salía apurada chocándome todo, cuando calzaba la locura y mi existencia en un par de tacos altos, cuando te desafiaba, te exigía, te imponía y te suplicaba. Cuando era una mujer…

Leerme muchas veces hacia correr lágrimas por mis ojos, las hacia rodar hasta mis piernas que no podían sentir y allí, se diluían, mientras seguía su recorrido con la mirada.

De pronto vino a mi mente esa niña, que soñaba, se disfrazaba, se creía princesa y esperaba, a que tal cual los cuentos que ella leía; su amor llegara y la besara un día. Estaba allí; mirando un enorme charco que se encontraba al final de la calle de su antigua casa paterna, allí donde los niños de su cuadra iban a ocultarse en la escondida, o habían fabulado la idea mística que era un pozo de los deseos.

Arrojaba monedas en la siesta de verano, escapaba de su casa con las inocentes excusas de esas épocas: -Voy un ratito a Jugar con Norma, o estamos preparando una obra de teatro.

Juegos de niños, puros, simples, encarnados en rostros luminosos. Eso era la felicidad para ella en esa época.

La veo arrojar la moneda, plateada, grande con un sol de rayos despeinados y su cara enojada de cachetes rechonchos, del otro lado tiene un número uno y una espiga, siempre supe que el sol estaba enojado, porque lo habían encerrado en esa moneda, cuando debía está en el cielo. Por eso lo liberaba tirándolo al pozo de los deseos, para que el agua lo desdibuje en ondas y multiplique su imagen reflejándola en el cielo y las plantas de maclora, así él podría volver de donde salió y no se sentiría tan enojado.

Pedía un deseo…:-” Quiero enamorarme, ser feliz, casarme con un hombre que me ame con locura y tener muchos hijos”. Así cada tarde de verano, se iba repitiendo la visita al pozo, con los años el deseo cambiaba, y la geografía del lugar también.

Recuerdo que un día enojada con mi madre, tomé un atadito de ropa y entre lágrimas me fui de casa, llegué hasta el pozo, me senté en la orilla de pasto cortadito, porque nuestro hermoso estanque daba al fondo de una casa, en una calle cortada. No sé cómo mis amigos llegaron a buscarme, ni recuerdo que retos fueron los que motivaron mi huida, pero fue breve, tampoco recuerdo castigo.

Giro los ojos un poco, y él; llega con el mate, un viejo perro se enreda entre sus pies, y tambalea para no caerse.

No puedo hablar, pero podemos entendernos. De todos modos, él, ya casi no escucha, o sea que ha sido una bendición no poder hacerlo, creo que me evita estar gritando, la vida es sabia a veces.

A pesar de mi vista puedo seguir escribiendo, con cierta dificultad, esa noche no debió existir, pero ya es tarde para arrepentimientos.

Solo recuerdo las luces y un tremendo dolor de cabeza, mi cara mojada, mi mano derecha que intentaba destrabarse entre el asiento y gotas muchas gotas que caían en mi rostro, pedazos del parabrisas destrozado y luces, mas luces…muchas luces.

Había salido, sé que estaba enojada, como solía estarlo muchas veces, era de madrugada y llovía, la ruta parecía desierta, pero el agua formaba una cortina casi impenetrable, iba a dejarte a pesar de quererte tanto, no quería seguir de ese modo, vivía presionándote, exigiéndote, pidiéndote, aun así, sabia cuanto te quería y lo que cuidabas de mí. Mi cabeza estaba llena de preguntas, tomé la ruta dos porque quería ver el mar.

Al destellar de un rayo, la niña se cruzó tirando una moneda al aire que pego en el parabrisas haciéndolo trizas, perdí el control del auto, creo que toque el freno de mano, no quería pisarla, por dios no quería, nunca supe de donde salió, el auto giró dio tumbos y solo sentía agua, y el dolor.

Intenté balbucear para preguntar por ella, pero no salían mis palabras, un médico me pedía que me calme, que me estaban ayudando, seria trasladada al hospital…ya se habían comunicado con vos, tú teléfono estaba en la pantalla de mi celular, recuerdo que hicimos eso hace años por si se perdía, nunca creí que tendrían que llamarte por esto.

El dolor fue desapareciendo y cuando volví a abrir los ojos, estabas a mi lado, hablándome, el dolor de cabeza no me dejaba entenderte, tampoco podía moverme mucho, tubos y cables salían de mi cuerpo, pero no había dolor en él-

Los días se sucedieron casi sin poder llevar control de ello.

Cuando pude escucharte me dijiste, que no podría caminar ni hablar, de a poco iría recuperándome…eso nunca sucedió…pero al menos supe que no maté a la niña. Me diste algo que no pudieron sacar de mi mano fácilmente, una vieja moneda de un peso del año 76.

La mire, y las lágrimas rodaron a borbotones por mis ojos, ella había sido quien tiro la moneda, yo fui quien siempre la tuvo en su mano.

Vuelvo; con un mate que tu mano temblorosa me acerca, te lo devuelvo y nos sonreímos…cuando te alejas para guardar las cosas retomo mi lectura…

La niña está allí, en el estanque, lanzando la moneda, es un día hermoso de sol brillante, un día perfecto bajo mi nogal, es hora de lanzarla y pedir un deseo, tal vez el mismo de siempre…el libro cae de mi nano inerte y ya solo veo el sol, tan tibio, tan feliz reflejándose sobre el estanque, camino por el parque, sintiendo el pasto que acaricia mis pies, te miro a lo lejos y dejo que el agua en sus ondas reciba la moneda plateada y el deseo se cumpla…





Samaluc 1/10/16

Las siestas de San Luis







Todos los inviernos y algunos veranos, recuerdo las siestas de San Luis cuando visitaba a mi abuelo Pepe; que, inundadas de uvas chinches, marcaban el camino de lajas verde oscuras unidas por pequeños ríos de cemento; hacían el deleite de mis pequeños pasos, hacia la higuera que coronaba el patio.

No me gustaban los higos, jamás comí uno; es mas ahora que lo pienso bien, no se porque no me gustaban si como dije antes, jamás comí uno, pero, en fin, la mente infantil tiene explicaciones que la razón adulta desconoce. Se que las moscas verdes y ruidosas que alborotaban alrededor de los higos que se habían estrellado en el patio, me molestaban; además ensuciaban las hermosas lajas que me gustaba mojar para que se vieran aun mas verdes.

Mi abuelo solía decirme que no debía ponerme debajo del árbol a la siesta; porque me iba a “flechar” y me dolería la cabeza todo el día. Yo, porteña y creída como ellos decían, me escapaba con una sillita a mirar libros que él, un maestro de frontera jubilado, tenia por doquier. Desafiando sus órdenes, que perdían cierta rigurosidad y ante todo supervisión, porque como es costumbre en la provincia, dormían religiosamente la siesta.

Para mi era un momento mágico, en el que jugaba con la manguera y convertía la acequia que bordeaba el patio en un rio que desembocaba en la calle. No había flores en aquel patio, la tierra no era muy fértil y el abuelo tampoco constante para las flores; pero había una planta de hojas anchas que se asemejaba a un yuyo para mi. Un día sentado bajo la higuera centenaria en su silla de lona, me pidió una hoja y como solía hacerlo, me dio clase sobre las utilidades de aquella planta llamada “Palan, palan”: argumentó que servía para desinflamar y explicaba mientras la apretaba un poco y se la aplicaba en una picadura de tábano que se le había infectado. Yo lo miraba maravillada, siempre tenia algo para contarme y aun cuando no preguntara nada él decía: -¿Sabe para que es esto mijita? .Yo solo movía la cabeza en negativa y abría mis ojos, como quien abre una puerta para dejar pasar mucha gente. Y así era, porque entraban a mi, relatos de hierbas de Rio Negro, que usaba mientras vivió allí, de otras de la sierra, que posiblemente pisé al pasar por ellas, sin saber de sus maravillosas cualidades. Supe de mapuches que le regalaban libros en su idioma para que el maestro se los leyera, por lo cual él debió comprarse un diccionario y traducirles en la medida de sus posibilidades. A cambio ellos le enseñaban sobre plantas, remedios caseros y un sinfín de ciencias de la tierra que no encontré nunca en mis libros de escuela privada.

De hecho, admiraba a mi abuelo, aunque no se lo dije nunca. Ya me había recibido de maestra cuando el falleció y viví unos años en su casa de San Luis hasta que se vendió, el lugar seguía siendo hermoso, pero me faltaba él, de a poco los vecinos del barrio que nos recibían todas las vacaciones con empanaditas al llegar, se habían ido muriendo uno a uno. Un día descubrí que aquel lugar se había vuelto un desierto y que los recuerdos se irían conmigo, en un camión de mudanzas muchos años mas tarde.

La casa se vendió y jamás volví a San Luis. Pregunté por los nuevos dueños, y mis primos solo dijeron: - Tiraron todo e hicieron un palacio ahí.

Yo solo pensé en la higuera centenaria que mi abuelo amaba y ¿cómo alguien puede construir un palacio quitando un árbol? Juré que no volvería a pasar por allí, no quiero mirar hacia el paredón de barro y ladrillos, ni a la vereda de vainillas amarillas, ni a la puerta verde pintada todos los veranos con aceite para que no se quiebre, no quiero subir el escalón de baldosas de cemento amarillas y rojas, ni cruzar el comedor, hasta la galería que me mostraba el camino de esmeraldas hacia la higuera…creo que no quiero que la niña vea, que su castillo en donde el rey que la sentaba en su rodilla y le cantaba coplas con su guitarra…ya no existe.



Prefiero este, mi recuerdo, porque aquí, todo sigue como era, en las siestas de San Luis.

La caja de cristal





Y solo miré el agua, viendo un mundo más abajo.

Con sonidos casi ahogados,

con gritos en silencio,

con frío entre los labios.

Un sol, que irrespetuoso,

estallaba a pleno en esa tarde,

dejaba que el espejo del agua se incendiara.

Y allí, casi una caja,

encerrando a Blancanieves con cristales,

imponente, a mis espaldas.

Allí estaba, el museo de una guerra, innecesaria.

El recuerdo de ese amigo, que hoy no me habla…

Ahí estaba el frio, ahí la angustia,

ahí la barbarie, ahí las entrañas…

Cuando miré unos segundos;

los ojos inundados de recuerdos,

apoyé mi mano en un navío viejo y suspiré aliviada…

no es la guerra me dije…

es solo su reflejo...encerrado en mi alma.



Samaluc 2017

El reflejo







Hace cuatro años que llegue del Chaco, terminé aquí mis estudios, pude ir a la universidad, fue muy difícil trabajar y estudiar en Buenos Aires; para todos aquí era la provinciana.

Mi familia no es rica, pero mi tía, que hace años que llegó, me ayudó, más otras extras que hacía dando clases de inglés y preparando alumnos logré postularme para un empleo decente.

Soy como muchos dirían una linda chica, y eso también peso en mi CV.

La multinacional para la que trabajo tiene más gerentes que empleados, y suelen ser pocos esclavos para tantos amos, pero aun así soy la secretaria y asistente personal de gerencia. ¡Quien diría que para esto curse un postgrado en economía!

Las jornadas suelen ser agotadoras, los horarios de trabajo imposibles de programar, porque siempre hay algo más y el “No”, no posee acepción en el diccionario de la empresa.

- “Detrás de ti chiquita, hay miles esperando”, suele ser la frase del fastidioso de mi jefe.

Así que agacho la cabeza, tomo las carpetas y lo sigo.

Aun peor son las reuniones en su casa, cuando su familia, más especialmente su esposa, me muestra un despliegue de desprecio. Celia es su mujer; pedante, envenenada por años de desamor, con un aparentar continuo que parece endurecer su mirada al igual que sus cirugías han borrado los gestos de su cara. No puedo calcular su edad, pero por la de sus hijos tendrá más de sesenta y cinco.

Ella se refiere a mí, como “querida”, en un tono que dista ciertamente del cariño.

Bruno Linares, mi jefe es un hombre duro, esquivo, pero no es mala persona. Tiene pocas palabras de afecto o proximidad, pero algunos gestos lo han distinguido.

Para mi cumpleaños, pago los pasajes de mis padres para que vinieran a visitarme y fue realmente una sorpresa maravillosa. Don Bruno tiene esas cosas, pero se molesta y lo incomoda si le doy un abrazo para agradecerle.

Celia en cambio no deja de hacerme notar que mi presencia le molesta, diciendo; - ¿Cómo te llamabas querida?, cada vez que me ve.

Este fin de semana hubo una fiesta en la residencia de Don Bruno, pasamos un día hermoso, con asado, juegos pileta y risas. Yo fui sola, porque realmente no tengo amigos aquí, y mi tía no se sentía cómoda con la idea.

Ese día Celia estuvo más amablemente harpía, pero no logro opacarme la tarde.

Al terminar la jornada unos compañeros se fueron con sus autos en grupos y a una chica de recursos humanos y a mí, nos llevó el chofer de Don Bruno, por su pedido.

Estaba muy quemada, el sol había sido abrazador y mi piel no estaba preparada para tanto verano.

Me duché y me recosté, el clima era intenso aun en la noche, caí rendida.

Se levanto un vendaval, esas noches en que el verano parece estallar en truenos, destruyendo la serenidad y azotando ventanas…el fresco es reparador y me deja hundirme en un sueño aún más profundo. Un portazo me sobresalta, pero vuelvo a apoyar mi cabeza en la almohada me levanto para cerrar los vidrios, temo que estallen de tanto golpearse.

Alguien me sujeta por detrás tapando mi boca, forcejeo intento morderlo. Un golpe en mi cabeza hace que me desmaye, ya no se más…despierto con un dolor inmenso, la piel me arde, de las quemaduras de sol. Algo oprime mi boca, y mis ojos están tapados, no escucho ruidos, ni se en dónde estoy, el olor es extraño, de seguro no es mi cuarto, se respira húmedo ,con un olor ferroso, es una pesadilla, hago fuerzas para despertar, pero escucho ruido y el terror se apodera de mí. Alguien coloca hielo sobre el golpe en mi cabeza, esto es extraño, sollozo, mi corazón se acelera, tengo miedo, mucho miedo. Donde estoy ¿para que? ¿Quién cura mi cabeza?, son demasiadas preguntas que no puedo hacer a nadie, la mordaza en mi boca no me permite más que gemidos. Siento que una mano se apiada y la afloja, puedo percibir su respiración cerca mía, su perfume, definitivamente se trata de un hombre ¿que quiere ¿Por qué me ataco? ¿Qué mal puedo hacerle? ¿Habrá robado mi casa? No tengo cosas de valor, apenas pago el alquiler y sobrevivo, Bs as es muy caro…mi cabeza no deja de producir preguntas a borbotones, me protegen del miedo, pero mi respiración se calma, cuando siento que acomoda el hielo y seca con una toalla mi brazo chorreado por el agua. No estaría haciendo esto si quisiera hacerme daño…por un instante me tranquilizo. Baja el pañuelo de mi boca, pero la tapa con la mano haciéndome entender que no grite, apoya un sorbete con una bebida fresca, bebo con ansias, cierro los labios y la retira. Vuelve a colocarme el pañuelo. Me ayuda a recostarme sobre un catre, percibo que se mueve, algo golpea sobre chapa, como un sonido a agua, es como si estuviera en un bote. ¿De nuevo me asalta el miedo, y si estoy en un barco? ¿si intenta venderme?, comienzo a sollozar, pero presiento que no hay nadie, se escucha una puerta rechinar y pasos que se alejan…tal vez estoy sola, pero no em atrevo a averiguarlo, la noche, el miedo el llanto el movimiento del agua me acunan y me duermo, una lluvia se desata y repiquetea como miles de martillos hasta que dejo de escucharlos…

Despierto, pero sigue siendo de noche para mí, en realidad no sé si amaneció…es difícil saberlo. Siento calor, como si la pared levantara temperatura con el paso de las horas y esto se convirtiera en una caldera. Transpiro, mi cuerpo esta sudado siento chorrear las gotas por mi cara, me adormezco por momentos, ¡necesito saber! ¿porqué yo? ¿para qué? ¿a dónde me lleva?

Pasos…ahí regresa, ojalá me de agua, estoy sedienta. Me ayuda a incorporarme y camina llevándome, abre una puerta; es otro compartimento, se siente más fresco, el grifo de la ducha embarca de fresco el lugar, con un goteo insistente. Toma mis manos, las desata, me quita la remera, con calma, sujeta mis manos a un caño, siento miedo, vergüenza, una inexplicable sensación; de estar desvalida. Quita mi ropa interior y abre la ducha, el agua me cae acariciándome, aliviando el ardor y el sofocante clima. El ruido del agua y la imposibilidad de valerme por mí misma, hacen que me orine las piernas. Siento su mano descender por mi espalda me jabona con apacible tranquilidad, recorre mis brazos mis piernas, mis pies, lava cada rincón de mi cuerpo casi con la adoración que se idolatra a una virgen. No sé a quién pertenecen esas manos, pero me inquietan a la vez que de estremecerme. Su respiración tan próxima me altera, es una mezcla de oscuro deseo y miedo.

Cierra el agua y ahora temo lo peor… ¿Por qué me bañó? ¿será el momento? ¿Me entregara a alguien, seré violada, humillada, vendida como carne?, a toda pregunta de mi mente la respuesta fue una toalla que me acariciaba con ternura, me colocó perfume, ¡un momento! ¡Ese es mi perfume! ¿cómo lo sabe? este placer de sentir mi aroma me aterroriza aún más.

Comenzó, a vestirme y me alimentó, con paciencia, sin mediar una palabra. Confiaba en él, tenía miedo a lo que no veía, a lo que no escuchaba, a lo que no sabía…pero confiaba en el…

Y así se sucedieron creo que los días, siempre venía a la misma hora, asumo que así era, porque tenía sed o hambre y él llegaba, cubría mis necesidades, no me lastimaba, mi enemigo era mi cabeza y mis pensamientos, que solo esperaban esos pasos metálicos que se acercaran, mi carcelero llegaba…y yo lo esperaba, era aterrador decírmelo así…pero así era, lo esperaba…

Un día, al bañarme, sentí que sus manos, me tocaban con mayor firmeza, hasta deseaba poder responderle ,pero creo que mi cuerpo lo hacía y él podía sentirlo…podía notar la tensión en mis músculos y el placer que me producía la cercanía de su cuerpo, corrió mi cabello empapado y respiro cerca de mí cuello, me moví hacia él atraída como un imán, sacó la mordaza de mi boca, quería preguntar algo pero cerró mis labios con los suyos ,no me interesó la respuesta a mis preguntas, olvidé todos los miedos y lo dejé recorrerme con su boca, hasta agotar cada músculo de mi cuerpo que no hacían más que agitarse y aflojarse a su antojo. Todo pasó, como la destrucción de una tormenta, sujetó mis manos a su cuello y nos convertimos en un remolino imparable que sacudía las paredes de metal ardiente de ese lugar que no conocía.

Tendidos en esa especie de catre, que conocía como mi cama desde hacía días…habló, al fin escuche su voz, y me estremeció hacerlo…ronca, varonil, pausada…hasta protectora. -Voy a ayudarte, juro que voy a ayudarte.

Me atrajo hacia él y me besó el cabello, no resistí, rompí en llanto, la mezcla de sensaciones entre impotencia, placer y deseos era tanta, que no podía equilibrar mis reacciones, a toda respuesta, besó mis lágrimas, lamió mis lágrimas, besó mi llanto y mis labios hasta convertir cada sollozo en nuevos besos…no importaba si esa era mi última noche en este mundo…no importaba, jamás había sentido de ese modo…jamás había sido tan mujer, ni tan plena…nada importaba. No había noche ni día, no había mundo, no había nada que no fuera ese ahora y ese hombre.

Al despertar, seguía a mi lado. Hablamos, no intentaría escapar, me quitaría la venda de los ojos, pero no lo vería, antes de ingresar a ese cuarto el cubriría su rostro, para protegerme y que no pudiese identificarlo. Si, eso haríamos podría ser libre dentro de ese cuarto, solo se trataba de no escapar. Acepte el trato, y así sucedió.

Al día siguiente el traía una máscara como las que usan los verdugos, nos reímos de eso con el paso de los días, conversábamos por horas, podía notar su cuerpo, su espalda, era un hombre joven y bien formado, sus manos eran de alguien que trabajaba, su espalda fuerte sus brazos también, sus venas se marcaban como ríos en sus manos…olía bien, siempre lo hacía. De a poco lo nuestro se convirtió en una cita, el lugar era una especie de cabina de embarcación, al ver por una pequeña ventana pude percatarme que estaba en el agua, debía ser un embarcadero, podía ver al frente pasar la gente por una vereda, en algunos horarios se veían muchas personas, pero no podrían verme, jamás podrían, aunque lo intentara, estaban muy lejos…y tal vez no quería salir de allí ahora…no hoy. Había arboles altos, el cielo podía verse brillante y el atardecer destellaba en mis ojos al frente de mi pequeña ventana casi lastimándolos.

Allí llegaba él, traía comida, libros, una noche hablamos del tema que evitábamos tocar… ¿Por qué estaba allí? Era claro que no quería dañarme. Y yo no sé si quería saberlo, ni se si quería que algo se modificara, aunque esto no duraría por siempre…

Yo le decía Damián, no sé cuál era su nombre, ni me convenía saberlo.

Me contó que tenía un hermano más joven que él, que apostaba, destruyendo su familia y su vida, pero que esta vez se había pasado y tuvo que ayudarlo o seguramente lo matarían, tal vez algo peor, dañarían a alguien más. Él no tenía forma de ayudarlo con una suma tan grande como la que debía, así que acepto un trabajo, encargarse de ella.

Al escuchar esto, mi sangre se convirtió en hielo, y mis ojos se clavaron en los suyos- ¿ibas a matarme ¿pregunté…adivinando de antemano la respuesta.

-¡No, no!! jamás se me cruzó por la cabeza cumplir con esa parte del trato, no soy un asesino…yo soy un laburante. Voy a buscar el modo de ayudarte, tranquila, nunca voy a lastimarte. Necesitaba ese dinero, mí hermano ya está lejos, y espero que aprenda, ahora me falta que vos estés a salvo.

-Pero ¿quién querría hacerme algo? No tengo enemigos, ni siquiera amigos…

Tranquila, dame un poco más de tiempo y voy a sacarte de acá. Miré por los agujeros negros de la máscara, dos ojos de almendra llenos de lágrimas y ternura; no resistí fundirme en sus brazos como cada noche…

Esa madrugada no se fue…prometió traerme una pequeña radio, para que no perdiera todo el contacto con el mundo. Yo sonreí, en realidad no sé si quería saber que pasaba afuera, era extrañamente feliz. Habían pasado tres semanas de aquella noche, pensé en mi tía, como estaría, seguramente asustada y preocupada por mí, en mis padres, nunca lo había pensado en estas semanas, ellos debían estar buscándome.

Cuando llegó Damián, le hablé de mi angustia, él me abrazó diciéndome, que no importaba que sucediera o como saliera todo, tenía que estar segura de que me amaba, que jamás dejaría de cuidarme, desde donde fuera. Esa noche se fue, me dejó una pequeña radio a pilas, por la mañana no llegó como siempre lo hacía, el miedo comenzó a asaltarme, después del mediodía, las noticias hablaban de mi caso, seguían buscándome, decían algo de nuevos datos, de avances en el caso, de un sospechoso, de un arresto…la sangre dejó de correr, el aire se contuvo en mis pulmones, los latidos se hacían más lentos… ¡Damián no! ¡Por dios que no sea él! Rogué por mi verdugo a todos los santos que conocía y mis lágrimas explotaban y surcaban mis mejillas sin poder controlarlas…Miré por la ventana, logré leer museo Malvinas Argentinas. No presté atención a ese hecho, la tarde estaba cayendo y de nuevo explotaba el sol en mis ojos sin dejarme ver nada. ¡Me recosté esperando los pasos metálicos en la escalinata…creo que me adormecí, el ruido de sirenas incesantes y handys me sobresaltaron, luces de patrulleros se divisaban por mi pequeña escotilla, policías, muchos policías parecían dispersarse, los pasos en la escalinata…si!!! Al fin Damián seguro se acercaba. Alguien irrumpió empuñando un arma, que ocultó de inmediato, yo rompí en llanto, aun no puedo explicar si de alegría, de miedo, de desesperación porque no era él…solo pregunte: - ¿Dónde está Damián?

-Tranquila señorita ya está salvo, la vamos a llevar a un hospital, nadie la va a lastimar.

No paré de llorar en todo el trayecto, una mujer policía me hablaba, con ternura, creo que quería reconfortarme, diciéndome que lo peor ya había pasado, que estaba a salvo, que lo superaría.

Estando en el hospital, luego de infinitos exámenes, junto a un guardia se acerca Don Bruno, con lágrimas en los ojos, me abraza: - ¡Perdón chiquita!, no sé cómo pedirte perdón; Celia no está en sus cabales, no sé cómo pudo hacer una cosa así, gracias a Dios estas a salvo. No sé cómo voy a reparar estos días de horror que habrás pasado, lo que necesites yo estaré para apoyarte, no lo dudes. Se ha abierto una causa, el secuestrador se entregó y confeso todo, por eso pudimos hallarte, pero no quiero atormentarte más.

Yo no paraba de llorar, aquel hombre duro se había quebrado para abrazarme, pero eso no era lo que provocaba mi llanto. Damián, él se había entregado, me había salvado, había cumplido su promesa. ¿Y yo? lo había perdido…

Volví a mi departamento al otro día, estoy con terapia, dicen que sufro del síndrome de Estocolmo, dicen que tengo stress postraumático, dicen que dicen, que dicen…yo digo, que a veces el reflejo del sol…es más real…si este es mi mundo real…quiero por un minuto vivir en el reflejo…cierro los ojos, y espero escuchar los pasos en la escalinata, cierro los ojos…y no quiero ver el sol…solo su reflejo desde la escotilla.



Samaluc 23/7/17