jueves, 28 de septiembre de 2017

La moneda



                                                                                                                         Sandra Marina Lucero



¡Apenas brota, sí, el nogal apenas eriza sus ramas en hojitas diminutas, no hay sombra suficiente debajo de él, pero me gusta tanto su cobijo, que hoy he pedido estar allí…Detrás los rosales, comienzan a enredarse en los árboles y los cipreses se mecen con ternura, ¡tan altos!¡ tan fuertes, tan imponentes ¡y a su vez se continúan balanceando como niños en columpios verdes…

Es un día ideal, no hace frio, la mañana no dibuja nubes en el cielo, de un celeste transparente y tenue, sí, si es el día ideal para permanecer allí, meciéndome en la hamaca como los cipreses.

Me cuesta leer, detesto estos lentes, seguramente el oculista no ha visto que a través de ellos no puede verse nada y el movimiento de mi cabeza al probármelos no le dijo mucho…pobre hombre que poco puede ver dentro de otros a pesar de ser oculista, hasta sonrío hacia mi interior pensándolo…ya tengo que reírme sola de mis ironías y mis chistes, porque hace unos años que no tengo modo de contarlos…

Un aroma a tostadas emana de la cocina, mi viejo aun no pierde su toque de tostadas perfectas, está preparando el mate, y seguramente me traerá uno con una tostada en la mano, mientras mastica otra como un niño, apurado…cuantos años haciendo lo mismo…no hubiera apostado a esto si me lo hubiesen preguntado hace veinte años atrás.

Pero allí esta, caminando más lento, hurgando tornillos en su caja de herramientas, limpiando piezas de un viejo motor, hilando días y cuidándome. muchas veces con amor, otras con resignación, algunos días no quiero irme, porque lo dejaría tan solo y otros me encantaría liberarlo, pero somos egoístas y tan viejos ya ; que solo nos servimos a nosotros mismos.

Retomo mi libro, a veces me gusta releerme, recordar cómo era cuando era otra, cuando me enojaba, cuando amaba con pasión, cuando salía apurada chocándome todo, cuando calzaba la locura y mi existencia en un par de tacos altos, cuando te desafiaba, te exigía, te imponía y te suplicaba. Cuando era una mujer…

Leerme muchas veces hacia correr lágrimas por mis ojos, las hacia rodar hasta mis piernas que no podían sentir y allí, se diluían, mientras seguía su recorrido con la mirada.

De pronto vino a mi mente esa niña, que soñaba, se disfrazaba, se creía princesa y esperaba, a que tal cual los cuentos que ella leía; su amor llegara y la besara un día. Estaba allí; mirando un enorme charco que se encontraba al final de la calle de su antigua casa paterna, allí donde los niños de su cuadra iban a ocultarse en la escondida, o habían fabulado la idea mística que era un pozo de los deseos.

Arrojaba monedas en la siesta de verano, escapaba de su casa con las inocentes excusas de esas épocas: -Voy un ratito a Jugar con Norma, o estamos preparando una obra de teatro.

Juegos de niños, puros, simples, encarnados en rostros luminosos. Eso era la felicidad para ella en esa época.

La veo arrojar la moneda, plateada, grande con un sol de rayos despeinados y su cara enojada de cachetes rechonchos, del otro lado tiene un número uno y una espiga, siempre supe que el sol estaba enojado, porque lo habían encerrado en esa moneda, cuando debía está en el cielo. Por eso lo liberaba tirándolo al pozo de los deseos, para que el agua lo desdibuje en ondas y multiplique su imagen reflejándola en el cielo y las plantas de maclora, así él podría volver de donde salió y no se sentiría tan enojado.

Pedía un deseo…:-” Quiero enamorarme, ser feliz, casarme con un hombre que me ame con locura y tener muchos hijos”. Así cada tarde de verano, se iba repitiendo la visita al pozo, con los años el deseo cambiaba, y la geografía del lugar también.

Recuerdo que un día enojada con mi madre, tomé un atadito de ropa y entre lágrimas me fui de casa, llegué hasta el pozo, me senté en la orilla de pasto cortadito, porque nuestro hermoso estanque daba al fondo de una casa, en una calle cortada. No sé cómo mis amigos llegaron a buscarme, ni recuerdo que retos fueron los que motivaron mi huida, pero fue breve, tampoco recuerdo castigo.

Giro los ojos un poco, y él; llega con el mate, un viejo perro se enreda entre sus pies, y tambalea para no caerse.

No puedo hablar, pero podemos entendernos. De todos modos, él, ya casi no escucha, o sea que ha sido una bendición no poder hacerlo, creo que me evita estar gritando, la vida es sabia a veces.

A pesar de mi vista puedo seguir escribiendo, con cierta dificultad, esa noche no debió existir, pero ya es tarde para arrepentimientos.

Solo recuerdo las luces y un tremendo dolor de cabeza, mi cara mojada, mi mano derecha que intentaba destrabarse entre el asiento y gotas muchas gotas que caían en mi rostro, pedazos del parabrisas destrozado y luces, mas luces…muchas luces.

Había salido, sé que estaba enojada, como solía estarlo muchas veces, era de madrugada y llovía, la ruta parecía desierta, pero el agua formaba una cortina casi impenetrable, iba a dejarte a pesar de quererte tanto, no quería seguir de ese modo, vivía presionándote, exigiéndote, pidiéndote, aun así, sabia cuanto te quería y lo que cuidabas de mí. Mi cabeza estaba llena de preguntas, tomé la ruta dos porque quería ver el mar.

Al destellar de un rayo, la niña se cruzó tirando una moneda al aire que pego en el parabrisas haciéndolo trizas, perdí el control del auto, creo que toque el freno de mano, no quería pisarla, por dios no quería, nunca supe de donde salió, el auto giró dio tumbos y solo sentía agua, y el dolor.

Intenté balbucear para preguntar por ella, pero no salían mis palabras, un médico me pedía que me calme, que me estaban ayudando, seria trasladada al hospital…ya se habían comunicado con vos, tú teléfono estaba en la pantalla de mi celular, recuerdo que hicimos eso hace años por si se perdía, nunca creí que tendrían que llamarte por esto.

El dolor fue desapareciendo y cuando volví a abrir los ojos, estabas a mi lado, hablándome, el dolor de cabeza no me dejaba entenderte, tampoco podía moverme mucho, tubos y cables salían de mi cuerpo, pero no había dolor en él-

Los días se sucedieron casi sin poder llevar control de ello.

Cuando pude escucharte me dijiste, que no podría caminar ni hablar, de a poco iría recuperándome…eso nunca sucedió…pero al menos supe que no maté a la niña. Me diste algo que no pudieron sacar de mi mano fácilmente, una vieja moneda de un peso del año 76.

La mire, y las lágrimas rodaron a borbotones por mis ojos, ella había sido quien tiro la moneda, yo fui quien siempre la tuvo en su mano.

Vuelvo; con un mate que tu mano temblorosa me acerca, te lo devuelvo y nos sonreímos…cuando te alejas para guardar las cosas retomo mi lectura…

La niña está allí, en el estanque, lanzando la moneda, es un día hermoso de sol brillante, un día perfecto bajo mi nogal, es hora de lanzarla y pedir un deseo, tal vez el mismo de siempre…el libro cae de mi nano inerte y ya solo veo el sol, tan tibio, tan feliz reflejándose sobre el estanque, camino por el parque, sintiendo el pasto que acaricia mis pies, te miro a lo lejos y dejo que el agua en sus ondas reciba la moneda plateada y el deseo se cumpla…





Samaluc 1/10/16

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